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Cuba Roja, viaje por Cuba en 10 etapas

 

Viaje por Cuba en 10 etapas

Cuarta etapa: Cienfuegos - Caibarién

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La pianista del Palacio del Valle de Cienfuegos

Sentada tras un piano tan viejo como ella, Carmencita anima el restaurante del Palacio del Valle de Cienfuegos interpretando románticas melodías desde bien temprano en la mañana. Tan cargada de años como de maquillaje, y vestida al mismo estilo orientalista del edificio, mientras toca sonríe pícaramente a los turistas, incitándoles al aplauso fácil y, lo que es más importante, a echarle unas monedas en la cestita que pasa lánguidamente entre los comensales tras cada actuación. Muchos cienfuegueros dicen que Carmencita siempre estuvo ahí, que nadie la ha visto nunca en otro lugar, que es parte tan fundamental del palacio como sus columnas o sus torres, y que hasta es posible que ella y su piano ya estaban estuviesen allí cuando el rico asturiano mandó edificar su majestuosa residencia. Pero ella es ajena a todas las murmuraciones y, como a tantos y tantos otros, me mira tiernamente y me lanza un furtivo beso mientras de sus ya marchitas y enjoyadas manos brotan las notas del más sentimental de los boleros: “Dos gardenias para ti, con ellas quiero decir, te quierooo…”. ¡Creo que me he enamorado!
En la azotea del palacio me encuentro con Pedro López, uno de los muchos primos hermanos que aún tengo en Cuba, descendiente directo de aquellos tíos míos que una vez cruzaron el Atlántico en busca del futuro que sus islas les negaba, y que aquí vivieron y murieron sin la posibilidad de regresar ni una sola vez a la tierra que les vio nacer. Él va a ser mi chófer y mi guía en esta etapa, que me llevará hasta la antigua provincia de Las Villas, donde se establecieron miles y miles de canarios que emigraron a estas tierras en las primeras décadas del siglo XX. Culto, amable y educado, conoce tan bien la historia de su patria como su geografía, que ha recorrido casi en su totalidad, tanto por motivos profesionales como por los largos trayectos que ha hecho montado en su vieja bicicleta por el simple placer de viajar.

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La iglesia Catedral de San Carlos Borromeo de Matanzas

Pedro tiene coche propio, un privilegio que se pueden permitir pocos cubanos, no tanto por falta de recursos económicos, sino porque el estado solo permite el acceso a esta “propiedad privada” a limitados grupos de personas, entre los que se encuentran los descendientes directos de españoles. El coche, un Fiat del año 1998, es amplio y cómodo, pero apenas salimos de Cienfuegos comienza a dar botes y bandazos, pues la carretera, que discurre a través de una inmensa llanura sembrada casi en su totalidad de caña de azúcar, se encuentra en muy mal estado debido al intenso tráfico de camiones pesados que soporta cada día, y a su casi nulo mantenimiento desde hace décadas.
Al poco rato de marcha llegamos a Palmira, un pueblo muy antiguo con casas de puntal bajo y amplias aceras cubiertas por porches pintados de llamativos colores, entre las que se intercalan, aquí y allá, algunas edificaciones de porte neocolonial que han resistido medianamente el paso del tiempo. Los palmireños deben tener un acentuado y diverso espíritu religioso, pues en las inmediaciones de la plaza central se encuentran tres iglesias: una católica, otra bautista y otra metodista. Y poco más lejos el templo masónico, un sencillo pero bello edificio de estilo clásico en cuya fachada reluce el símbolo que representa al Gran Arquitecto del Universo, según lo que me dice un hombre que se para a mi lado mientras yo fotografío el monumento. “Ponga, ponga esas fotos en Internet pa que todos vean lo que tenemos en este pueblo.” De vuelta al coche, Pedro me comenta la gran importancia que la masonería ha tenido en el desarrollo cultural y político de Cuba. “Este es uno de los países de América donde se conservan más templos masónicos, y en muchos de ellos se siguen realizando actividades casi todas las semanas”. Yo le pregunto si ha habido mucha relación entre la Masonería y la Revolución. Ríe socarronamente. “Eso es largo de contar, ja,ja,ja. Mejor lo dejamos pa otro día.”

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Entrada a la Logia Progreso de la ciudad de Matanzas

Pero seguimos hablando, y mucho. Yo voy más atento a su rica conversación que al poco variado paisaje por el que discurre el camino. Veterano comunista y fervoroso defensor en otros tiempos de la Revolución “…que permitió redimir de la miseria y la ignorancia al pueblo de Cuba.”, ahora parece haber avivado su lado crítico y, como la mayoría de los cubanos, no deja de reconocer que muchas cosas deben cambiar en este país, entre otras eliminar la exagerada cantidad de ridículas y anacrónicas prohibiciones que pesan sobre la población, pues son muy pocas las que de momento ha levantado Raúl Castro, entre ellas la hospedarse libremente en los hoteles y la de comprar vídeos, computadoras o teléfonos móviles. También acabar con la corruptela que ha generado una desmesurada y anquilosada burocracia: “No puede ser que para resolver un simple asunto necesites un papel que tiene que pasar por más de veinte manos, y mucho menos cuando a muchas de ellas hay que “darles de comer” si quieres que te den el ok”.
Después de muchos años dedicado a la docencia como profesor de mecánica industrial, ahora trabaja como artesano, un oficio que le reporta menos quebraderos de cabeza y mayor beneficio económico. “Mira viejo, la educación aquí esta mal desde hace unos años… Tú sabes que la educación era uno de los mayores logros de la Revolución. En este país no hay analfabetos. Todo el mundo sabe leer y escribir, hasta el guajiro más viejo del pueblo mas perdido que te imagines… Yo mismo fui voluntario en las campañas de alfabetización del los años 60. Estuve muy jovencito en las sierras de Santiago de Cuba, en sitios donde no había ni luz, ni agua, ni casi que comer… Pero la gente quería aprender y nosotros enseñar. Pero ahora es muy diferente. La cosa esta jodida: ni se sabe enseñar, ni se quiere aprender”. La crisis educativa de la habla se manifiesta en la alarmante falta de profesores que tiene el país desde hace unos años. Desanimados por los bajos salarios, la falta de estímulos profesionales y un férreo sistema de control interno, muchos maestros han abandonado su profesión para dedicarse a otra cosa. En su desesperado intento de solucionar esta problemática, el gobierno creo hace unos años la figura del “Maestro Emergente”, simples estudiantes de Secundaria encargados de enseñar a los niños de Primaria; y, hace pocos días, Raúl Castro promulgó una normativa para que los profesores jubilados puedan retornar a las aulas, cobrando su pensión más el sueldo que le corresponde. “Mira socio, eso va a traer mucho problemas. Muchos profesores se van a sentir agraviados, pues el retornado va a trabajar lo mismo pero cobrar casi el doble. Pero bueno, si eso va a ser así, a lo mejor yo mismo vuelvo a las aulas.” Claro, claro, mi primo, pienso yo: al fin y al cabo, hasta en el mundo comunista “el capital” es lo que importa.
Casi que como adivinando mi silencioso pensamiento, la conversación se centra en la economía mientras atravesamos el pueblecito de Espartaco. “En la época de los rusos aquí no teníamos problemas económicos. Había de todo y para todos. Se trabajaba y se estudiaba, y todo el mundo comía bien. Pero cuando los soviéticos se hundieron aquí comenzó el Periodo Especial… ¡Y ahí si que lo pasamos de pinga! ¡Algunos se comieron hasta lo que quedaba del león del zoológico cuando se murió de hambre! Ahora el problema está en esta doble moneda que tenemos, que yo no se a quién carajo se le ocurrió este sistema. Mira primo, realmente el asunto está en que nos pagan con una moneda y nos cobran con otra”. Estoy bastante de acuerdo con esta afirmación. El salario medio de los trabajadores es de uno 500 pesos cubanos, pero la mayor parte de los productos y servicios se pagan en moneda convertible. Y si comprar un solo convertible cuesta 25 pesos, no es muy complicado adivinar las cuentas que deben hacer todos los días los cubanos para sobrevivir.
Estamos llegando a Santa Clara. Atrás hemos dejado los pueblos de Cruces, donde ocurrió la famosa batalla de Mal Tiempo, uno de los mayores descalabros del ejército español durante la Guerra de Independencia, y Ranchuelo, conocido por su gran fábrica de cigarros. A lo largo de la carretera, la presencia de numerosos ranchitos campesinos, algunos todavía con techo de guano (hojas de palma), nos ha ido indicando que nos adentramos en la zona más rural del centro de la Isla. En la pared de uno de ellos reluce un colorido mural de Fidel y Chávez: “Padre e hijo” abrazados en fraternal unión. Antes de entrar en la ciudad nos acercamos hasta la Plaza de la Revolución, una amplia explanada donde se encuentra situado el mausoleo del Che Guevara. Numerosos turistas se fotografían ante la estatua del guerrillero más famoso del mundo. Luego regresan ligeritos hasta las guaguas con aire acondicionado que los han traído hasta aquí, pues el peso del sol es insoportable a esta hora de la tarde.
Después de un breve almuerzo en la cafetería de una gasolinera, continuamos viaje rumbo a las playas de Caibarién. Antes de llegar se pasa por el pintoresco y bien cuidado pueblo de Remedios, famoso por sus “Parrandas”, una especie de carnavales que se celebran en la noche del último sábado de año, con la población dividida en dos bandos representados por un gallo y un gavilán. En su Parroquia Mayor se encuentra un gran altar chapado en oro, y una sorprendente imagen de la Inmaculada Concepción embarazada. Justo a la salida del pueblo nos tenemos que parar ante un crucero de ferrocarril hasta que pasan los dos únicos vagones de un tren que se dirige a la ciudad de Morón por la llamada línea del norte. Frente al coche, un gran cartel anuncia que “Revolución es igual a libertad plena”. Nos miramos. Mi pariente no dice nada. Y yo tampoco.

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Una calle en la ciudad de Palmira

Caibarién es un antiguo y extenso poblado de pescadores, descuidado, sucio y bullicioso, con larguísimas calles de tierra por las que circula un incesante tráfico de bicitaxis y coches de caballos. Los niños corren semidesnudos y descalzos a pleno sol, mientras unas cuantas ovejas pastan bajo unas matas, y un perro permanece tumbado en mitad de la calle totalmente indiferente a las bocinas y los insultos de los conductores.
La playa esta llenísima de gente que se lo pasa “de lo más bien” tomando el fresco bajo las sombrillas o bañándose en la orilla mientras conversan, juegan, se besan o se toman su traguito, pues para el cubano pocas cosas hay tan ricas como beber ron o cerveza en el agua de la playa. Mirando hacia el este, la línea azul del horizonte queda interrumpida largo rato por el blanquecino terraplén que lleva a los turistas ricos hasta las paradisíacas playas de los cayos de Santa María o de Las Brujas.
Después de tan calurosa jornada no me resisto a darme un baño en esta playa caribeña, donde el agua está extremadamente caliente, y la concentración salina debe ser altísima, pues durante largo rato me quedo flotando sin tener que mover un solo músculo. Y así, como si estuviese acostado en el agua, me dejó mecer plácidamente por el agua de esta cálida charca. El mar y el cielo se funden en un único azul. Apenas reconozco el tiempo y el espacio. Sólo han pasado unas horas desde que salí de Cienfuegos, pero casi me parece que estoy en otro país, en otro mundo. ¡Ay!, que lejos te siento de mí, Carmencita, mi amor.

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Viaje a la isla de Cuba