Viaje por Cuba en 10 etapas
Séptima etapa: Camagüey–Holguín
Aguacate,
aguacateeeeee, quimbomboooooó… El tomateeee, la cebollaaa, el
culantro y los cominoooooos…El pan, el paaan. El pan erisooooo y el
pan suaveeee… Huevo, huevo, huevooooo… A pesooo. A pesoooooooo
compro la botella e rooooon… Ambientador, ambientadoooooooor… El
caldepollooo, el caldepollooooooo… Pizaaaa, pizaaaa y espaguetiiii.
Desde muy temprano los carretilleros (vendedores ambulantes)
recorren las calles anunciando a todo grito su mercancía, cada uno
con su escandaloso carrito y su particular sonsonete. Los oigo y los
veo pasar desde la terraza donde María me ha servido un rico y
copioso desayuno: jugo de mamey, pan, café, leche, tortilla con
queso, huevos fritos, hamburguesa, plátano, guayaba, mango, naranja,
papaya, mermelada y miel. María, la dueña de la casa donde me he
albergado en Camagüey, es hija de un canario que le contaba “tantas
cosas lindas de su tierra”, pero que no se atreve a viajar hasta
Tenerife por el pánico que le tiene a los aviones. Durante los días
que he sido su huésped me ha tratado como al hijo que nunca tuvo, y
hemos hablado largamente de Cuba y de Canarias. Hoy continúo mi
viajen y, como sabe que hasta que llegué a Holguín no voy a
encontrar muchos sitios donde “habilitarme”, ha dispuesto
cariñosamente para mí tan pantagruélico almuerzo.
Aunque es
domingo, frente a la casa una larga cola de personas esperan en la
parada de los coches. No, no piensen ustedes en nuestros taxis. En
Cuba los coches son los “carros”, y las carretas tiradas por
caballos son los “coches”. Cuando llega uno, la impaciente clientela
sube apresuradamente y se acomoda bien apretada en los asientos,
pues el cochero quiere aprovechar el viaje (un peso por persona),
aunque su famélico jamelgo apenas pueda moverse del sitio y tenga
que fustigarlo a latigazos para que camine. Juntos y revueltos
viajan el camarero, la manicuri, el policía, la trabajadora social,
el abogado, el plomero, el cirujano, la jinetera, el borracho…
María, que no tiene estudios pero es muy inteligente y vivió otros
tiempos, observa como yo. “Ves mijo. Mira, eso es un ejemplo del
comunismo cubano; de la sociedad igualitaria”. Yo no quiero decir
nada, pero se me viene a la cabeza la letra del “Cambalache” de
Gardel que ayer mismo transmitía Radio Progreso desde La Habana:
“¡Todo es igual, nada es mejor, lo mismo un burro que un gran
profesor!”
Hasta Las Tunas viajo en una guagua de las que utilizan los cubanos. Pero de las buenas, de las que realizan los viajes interprovinciales: una Yutong china con aire acondicionado y asientos reclinables. Porque otras muchas, las del transporte local, las de los centros de trabajo, o las que trabajan a flete, son verdaderas piezas de museo que uno no se explica comos son capaces de circular sin que se vayan cayendo a pedazos. Antes de salir, policías con perros adiestrados revisan los equipajes en busca de droga, pues a pesar de sus férreos controles, los estupefacientes son cada vez más consumidos por la juventud cubana y a las autoridades se les está escapando el problema de las manos. Luego le toca el turno a los fumigadores, que lanzan sobre las valijas su apestoso chorro de humo, en un intento de controlar al mosquito que transmite el dengue, una peligrosa enfermedad, epidémica en Cuba, contra la que desde hace años se vienen realizando intensas campañas de prevención, cuadra por cuadra y casa por casa, pero que, a pesar de todo, cada año causa una desconocida cantidad de fallecidos, pues oficialmente no se ofrecen cifras reales sobre este tema. ¡Como sobre otros tantos!
La guagua va completamente llena. Poco después de arrancar, el llanto de un niño sobresale por encima del bullicio de los demás pasajeros, entretenidos en contarse los avatares que han tenido que pasar para conseguir pasaje. El chico llora porque se ha herido en un dedo con el apoyabrazos abatible del asiento y sangra en abundancia. Pero sus papás están más ocupados en culparse mutuamente que de atenderlo. Yo vendo su magulladura con una tirita que llevo en la mochila, y él, cuando buen rato más tarde se siente aliviado, me recompensa con un caramelo.
Al salir de Camagüey se pasa durante unos kilómetros por entre bellos y densos palmerales. Luego la carretera se adentra una vez más en la gran sabana del centro de la Isla, donde sólo algunos grandes árboles como palmas, cedros, ocujes, algarrobos, araucarias o yagrumas sobresalen al verde manto de la pradera. La mayor parte de la tierra está dedicada a la ganadería, y miles de reses pastan mansamente en los vastos prados que se pierden de vista en el horizonte. Extensos cañaverales se alternan con cultivos de plátanos y maíz. En las cercanías de sus ranchos los agricultores siembran maní, yuca, malanga, papas, boniatos, calabazas y otras viandas, con las que acompañan los platos de carne de los puercos, ovejos, pavos y gallinas que crían en sus corrales. El sol brilla intensamente en la mañana, pero la vegetación aún está cubierta del rocío nocturno y en la lejanía el vapor que desprende el suelo forma una azulada capa neblinosa.
La guagua para en Sibanicú, municipio donde las tropas mambisas libraron muchos combates, pero más conocido por la canción de Ibrahim Ferrer “Mañana me voy pa Sibanicú”; en Cascorro, un poblado donde el carrito ambulante de “El Rey del Sabor” ofrece su refresco de plátano y sus bocaditos de cerdo asado; en Guáimaro, el pueblo donde, en 1869, los diputados revolucionaros, encabezados por Céspedes y Agramonte, proclamaron la República de Cuba y redactaron su primera Constitución; y también en Jobabito, Macagua, Yarigua y otras pequeñas aldeas cuyas casas se extienden a lo largo de la carretera.
El algunos tramos del camino hay grandes placas de cemento con el nombre y la efigie de algunos de los centenares de soldados internacionalistas que cayeron en Angola, Zaire, Mozambique, Argelia o Etiopía, cuando más de 300.000 cubanos fueron enviados al continente africano para extender la lucha revolucionaria y combatir al eterno “enemigo imperialista”. Aquí figuran Silvio Quintín, Tomás Ventura, Lorenzo Morales, Rigoberto Romero, Nicolás Tolentino…, y muchos otros que perdieron la vida tan lejos de su patria. Muchos cubanos se sienten orgullosos de sus hazañas bélicas, pero otros muchos se preguntan “¿Qué carajo se nos perdió a nosotros allí?”
Llegando a Las Tunas se pasa bajo el dosel de una amplia avenida arbolada, casi un túnel vegetal, que desemboca en la calle principal de una de las ciudades más modestas de Cuba, conocida popularmente por las numerosas esculturas que adornan sus calles y plazas, y por ser la patria chica de Juan Cristóbal Nápoles, "El Cucalambé", un poeta campesino que escribió toda su obra en décimas. A pesar de ser festivo, y del opresivo sol de uno de los lugares más cálidos de la Isla, hay mucha animación, y numerosas personas y vehículos transitan por sus calles y plazas.
Un repique de campanas llama mi atención. Hay misa en la Iglesia Principal de San Jerónimo: un sencillo templo pulcramente encalado de blanco, con techos de madera y grandes ventanales rematados por un arco ojival con vidrieras de colores. Una gran figura de Cristo preside el altar, y en las esquinas del amplio arco que divide la nave se ubican un Sagrado Corazón y una Virgen de La Caridad. El templo está casi lleno. Los feligreses visten sus mejores ropas y huelen a limpio: a colonia y jaboncillo. Hace calor, mucho calor, y todos sudamos, a pesar de los abanicos, del aire que desprenden los grandes ventiladores colgados del techo, y de que todas las puertas y ventanas están abiertas. Los fieles siguen la ceremonia con atención y fervor. Durante la consagración se arrodillan piadosamente sobre el duro mosaico de color verde que cubre el suelo, pues los bancos no tienen reclinatorio. Antes de impartir la bendición final, el sacerdote anuncia la segunda amonestación del futuro matrimonio de Alexander y Anielka. Nadie manifiesta su oposición.
Abandono Las Tunas pasado el
mediodía. Un botero, que no para de hablar en todo el camino del elevado
precio de la gasolina, me lleva hasta Holguín. “Sí, sí, Chávez y Raúl firman
muchos acuerdos, y dicen que a Cuba llegan todos los días barcos de petróleo
venezolano casi regalado. Pero eso es en la televisión. Pa la población la
gasolina cada día está más cara. Un litro vale más de 80 kilos (centavos de
CUC), y encima es gasolina sucia, que no hace más que joder los motores”. La
carretera es una recta que nunca tiene fin, y el paisaje no cambia hasta que
se pasa Buenaventura, uno de los pocos pueblos que atravesamos en el viaje.
Suaves lomas densamente arboladas anuncian tímidamente que nos vamos
adentrando en el montañoso oriente de Cuba. El tráfico es escaso.
Adelantamos a varios camiones de pasaje y, un poco más adelante, a una
ruinosa carreta cargada con un flamante televisor de pantalla plana de 28
pulgadas fabricado en China. ¡Avemaría! Delante de un bohío un muchachito
sostiene en sus brazos a un gallo de pelea; puede ser que está noche haya
riña en la gallera.
La tarde se está nublando. En la lejanía unas
algodonosas nubes grises parecen estar a punto de vaciar su carga de agua.
Y, como si de una señal se tratara, justo cuando entramos en Holguín un
solitario y descomunal trueno está apunto de desbaratar la ciudad. Pero al
cabo de un rato le sigue otro. Y a éste otro más, luego una docena, y cien,
y miles y miles… El cielo se encapotó totalmente y por encima de las nubes
se libra una estrepitosa batalla. Truenos y relámpagos se suceden sin parar,
superponiéndose unos a otros sin tregua y sin pasusa. Pero no cae ni una
sola gota de agua. Es una impresionante tronada seca que dura más de tres
horas apenas sin descanso. Una rara luminosidad se cierne sobre la
temblorosa ciudad. Todo el que ha podido se ha refugiado en algún lugar;
puertas y ventanas se han cerrado a cal y canto; los aparatos eléctricos se
han desconectado. Los cubanos saben lo peligrosas que son estas tormentas
sin lluvia, y las docenas de personas que cada año son víctimas de los
rayos. Extraña y repentinamente, cuando parecía que la tempestad había
pasado, cae un formidable chaparrón. Diez minutos más tarde, el agua cesa,
las nubes desaparecen y los últimos rayos de sol acarician por un momento
los tejados antes de perderse en la penumbra.
A medianoche, olvidados totalmente
la tormenta y el aguacero, la inmensa plaza de Calixto García está llena de
gente de todas las edades. Holguín es una de las ciudades cubanas con mayor
vida nocturna al aire libre, y durante el verano la oferta lúdica es
múltiple. En una esquina la orquesta “Recuerdos” canta añejas canciones en
inglés de los años setenta. Cerca del Museo Provincial se proyecta una vieja
película de Julio Iglesias. Frente a la Casa de la Cultura un grupo de
mayores bailan danzón, mientras en la otra acera los más jóvenes se
divierten al ritmo del reguetón, y cerca del antiguo teatro un quinteto toca
guaracha y chachachá. Pero si nada de esto le complace, puede acudir a
varios locales cercanos donde puede escuchar y bailar salsa, boleros o jazz.
La noche es larga y curioseo un poco en cada sitio. Pero al final me quedo
en la Casa de la Trova, donde se disfruta de la más auténtica mezcla de la
fiesta cubana: ron blanco y son montuno. “Prima, segunda y tercera, cuarta,
quinta y el bordón. Gozan todos los cubanos, con la melodía del son.” El
viejo Faustino lo cantó miles de veces en este mismo local.