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Cuba Roja, viaje por Cuba en 10 etapas

 

Viaje por Cuba en 10 etapas

Cuarta etapa: Cienfuegos - Caibarién

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Uno de los leones del Parque José Martí de Cienfuegos

Son como las 11 de la mañana cuando emprendo el viaje. Tenía que haber salido antes, bastante antes, pues el trayecto entre Matanzas y Cienfuegos es muy largo, pero me entretuve un buen rato hablando con el dueño de la casa donde me alojé: un babalao (sacerdote de la religión yoruba) que me explicó el significado de los colores azul y blanco de su pulsera, y de los símbolos santeros que tenía colocados en mitad del patio: una tinaja de barro con un machete, unas velas a medio derretir, flores y unas plumas de gallina.
Como esta ruta, que atraviesa diagonalmente de norte a sur el inicio de la región central de Cuba, no es habitual para los medios de transporte público, alquilo los servicios de un coche particular: un pequeño Daewo coreano conducido por un licenciado en informática que completa su escaso salario oficial “boteando” para los extranjeros. Apenas saliendo de la ciudad, y dejando a la derecha la concurrida Playa del Tenis, una pequeña cala que se forma en la amplia ensenada matancera, el chófer se dirige por unas intrincadas callejuelas hasta la casa de su “compadre”, donde se abastece de combustible para el camino, pues, aunque cada vez es menos frecuente por el rígido control del gobierno, aún muchos automovilistas se surten de estos ilegales puntos de venta del “petróleo” que, de un modo u otro, se sustrae de los depósitos de los grandes medios de transporte estatales.

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El kiosko de la música en el Parque José Martí de Cienfuegos

Pasado el río Canímar, avanzamos a toda velocidad por una carretera con rectas tan largas como peligrosas, a juzgar por las tumbas que a cada rato vemos en sus márgenes. Viajamos de nuevo a través de la conocida llanura cubana, tan característica de esta parte de la isla: grandes campos de tierra bermeja, sembrados de maíz, yuca, malanga, frijoles y otras viandas, entre los que se intercalan amplios potreros por los que andan libremente vacas, ovejas, puercos, gallinas y otros animales. Aquí y allá, en lo que la mano del hombre no ha podido doblegar, pequeños bosques de palma real o de bambú. La mañana aparenta armonía y placidez. El día es espléndido, apenas unos nimbos casi transparentes interrumpen el extenso manto azul de cielo. Contagiado de esta armonía natural, un totí (pequeño pájaro parecido a un mirlo) vuela de modo tan atolondrado que casi se introduce por la ventanilla de nuestro coche.
Pasado Limonar, un villorrio arquitectónicamente dominado por el alto campanario de su iglesia, donde una monja congoleña vende estampas de santos, medallas de la Virgen y grandes figuras de Santa Bárbara, San Lázaro y San Antonio, la carretera se interna entre extensos naranjales que se pierden de vista en el horizonte. La mayor parte de estos campos son atendidos por los estudiantes de las llamadas “Escuelas del Campo”, destartaladas edificaciones diseñadas por los soviéticos, donde chicos y chicas permanecen internos durante todo el curso, compaginando las mañanas de estudio con las tardes de trabajo agrícola: una estrategia de dudosos resultados académicos y laborales.

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Una calle del municipio de Jovellanos, Cienfuegos

A borde de la carretera, un gran cartel nos recuerda que: “Revolución es modestia, desinterés y altruismo”.
Nos detenemos en Jovellanos, un pueblo grande pero sin demasiado interés. El día se ha puesto bravo y necesitamos una urgente ingesta de líquido para no deshidratarnos. Hacemos cola en una “Tienda Panamericana”, esperando pacientemente a que la empleada atienda, uno a uno, a los clientes que nos preceden: un muchacho que compra un ventilador, una pareja de estudiantes ecuatorianos que piden dos libras de pollo congelado, y una abuelita que busca “una pastillita de caldo de pollo con sabor a costilla”, para hacerse una sopita cuando llegue a la casa. Nosotros, al cabo de casi veinte minutos de espera, conseguimos dos cervezas Bucanero que ni siquiera están bien frías.
Almorzamos en un restaurante cercano, pero la comida se demora tanto que cuando reanudamos la marcha el tiempo ha cambiado radicalmente. Grandes masas nubosas recorren el horizonte cuando dejamos la carretera central y nos adentramos en la autopista. A mayor velocidad que la de nuestro coche, el cielo se va tiñendo de color gris. Luego el gris se hace oscuridad, y la oscuridad da paso a la negrura. Y sin tiempo apenas para cerrar las ventanillas, el cielo se pone a parir agua. Violentos aguaceros caen sobre nosotros. Acabamos de meternos en plena tormenta. El cielo se ilumina repetidamente con interminables relámpagos y los truenos retumban tan cerca que el coche se estremece con cada estampido. La lluvia forma una cortina opaca apenas rota por la tenue y fantasmal iluminación de los pocos vehículos con que nos cruzamos. Con el agua entrando en el vehículo por cualquier rendija, y tratando de abrigarnos de una frialdad inesperada, avanzamos casi a ciegas por la autopista durante más de treinta kilómetros, pero en estas circunstancias es menos peligroso continuar que detenerse, ante el riesgo de ser arrollado por otro vehículo.
A duras penas vislumbramos el desvío que nos llevará hasta Aguada de Pasajeros. Pero como el tiempo en Cuba también es tan voluble como tantas otras cosas, cuando atravesamos este pueblo la tormenta ya ha quedado a nuestras espaldas, y apenas una ligera llovizna nos acompaña aún durante varios kilómetros. La carretera discurre ahora entre amplios campos de caña de azúcar que se extienden hasta más allá de donde alcanza la vista. Pasamos por varios pequeños poblados donde los guajiros vuelven a montar en sus caballos después del aguacero.Y como si regresáramos al brillante mundo del que veníamos en la mañana, antes de llegar a Rodas el cielo es de nuevo azul y el sol alumbra con fuerza la tarde.
Dos veces atravesado por el río Damují, que mansamente serpentea cuando lo cruza, Rodas es uno de los pueblos más bonitos de esta parte de Cuba. Desde cualquiera de sus dos puentes se pueden contemplar las apacibles aguas del río, en la que algunos pescadores pasan el día, acomodados sobre grandes neumáticos de tractor, capturando tilapias, uno de los pescados más abundantes en los ríos de la Isla. “Déle recuerdos a mis coterráneos de La Gomera, de Tenerife, del Teide…”, me dice uno de ellos, recordando sus orígenes isleños al saber que soy canario.

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La propaganda del Che Guevara inunda todo Cuba

Casi llegando a Cienfuegos la cartelería revolucionaria es abundante. Junto a los antiguos lemas y retratos de Maceo, Che Guevara, Camilo Cienfuegos y Fidel Castro, aparecen ahora las novedades de Hugo Chávez y Raúl Castro, ya como figura única desligada de su hermano. Uno de los cartelones anuncia a toda plana que “Vamos bien”, y el chófer, al que la tormenta parece haberle desatado un poco la lengua, dice que sí, que “Vamos bien… ¡jodidos!”.
Cuando por fin entramos en la ciudad de Cienfuegos el sol se refleja en tonos dorados sobre su amplia bahía. Rendido después de tan largo viaje, por hoy solo me queda contemplar el atardecer sentado en el muro del malecón, por el que algunos pasean, otros pescan y las parejas de enamorados se besan y arrumacan al son de las románicas canciones de Gilberto Santarrosa que suenan desde una cercana terraza.

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Viaje a la isla de Cuba