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Viaje por Cuba en 10 etapas

 

Viaje por Cuba en 10 etapas

Sexta etapa: Ciego de Ávila – Santa Lucía

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La doradas playas de Santa Lucía

La estación de ómnibus de Ciego de Ávila está rebosando de gente que busca su oportunidad para viajar. Para su pequeño viaje en camión a Tamarindo, Colorado, Baraguá o Venezuela, o para el gran viaje en guagua hasta Holguín, Santiago o La Habana. Todos los asientos de la sala de espera están ocupados, y los que ya no aguantan en pie se sientan en los escalones de la entrada o se acuestan en el suelo. Muchas personas llevan más de veinticuatro horas haciendo interminables colas al pie de las ventanillas donde venden los pasajes. Para no pasar por esta tortura hay que reservar con días o semanas de antelación, pero no siempre se puede planificar el viaje tan de lejos. Es temprano y el sueño se nota en muchos rostros. Yo también estoy somnoliento, pues apenas he dormido. No, anoche no estuve de fiesta. La culpa la tiene un maldito gallo comenzó su estridente quiquiriquí apenas pasada la medianoche y se pasó cantando toda la madrugada, y cada vez con más ardor casi hasta el amanecer. Entonces calló. No se si porque le llegó la hora del sueño, o porque “le llegó su hora”. Juro que yo no lo maté, ¡pero me quedé con tantas ganas de hacerlo!

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Transporte en camiones, algo habitual en Cuba

Soy uno de los privilegiados de la Terminal. No tengo que hacer cola, pues ya tengo mi pasaje para una de las guaguas de Viazul, la compañía creada para los turistas que quieren hacer largos recorridos por Cuba, fuera de los tours y las excursiones programadas. Hace unos años estas guaguas eran de uso exclusivo para los extranjeros, pero ahora cualquiera que tenga suficiente dinero para pagarse el boleto puede hacerlo, y cada vez son más los cubanos que viajan en ellas, de modo que casi van tan llenas como las otras. Haciendo gala de una puntualidad impensable en este país, salimos hacia Camagüey a las 9 de la mañana de un caluroso día. Las grandes tormentas, que son las que refrescan de verdad el ambiente, no acaban de llegar este verano. La sequía es muy grande y desde temprano el solajero implacable. Por eso se agradece tanto el frescor que se respira en el interior de estos vehículos fabricados en China: aire acondicionado, asientos reclinables, música, vídeo y hasta lavabo. Se fueron los rusos; vinieron los chinos. Sí señor, ahora hay tantas cosas chinas en Cuba: guaguas, camiones, televisores, neveras, lavadoras, ordenadores, cocinas, ollas arroceras, utensilios de cocina… El gigante asiático consiguió un buen mercado para vender sus productos, de baja calidad y con muchos problemas para conseguir las piezas de recambio. Pero China no es el padrecito soviético que “regalaba” tantas cosas al pueblo cubano. China cobra lo que vende; y lo cobra al contado. Y no le gusta que para sus flamantes guaguas las carreteras estén llenas de baches que provoquen demasiadas averías, ni que los barcos cargados de televisores se desvíen desde La Habana hacia la Bolivia de Evo Morales. Chinos sí, tontos no.
A poco de salir, la guagua se detiene en un ranchón para que los viajeros que vienen de más lejos y llevan muchas horas de viaje puedan comer algo, ir al baño o simplemente estirar las piernas. El chófer, un mulato pequeño y delgado que no para de hablar en todo el camino, anuncia por la megafonía que hacemos una parada de diez minutos en la cafetería, y luego, en una macarrónica traducción al inglés avisa a los extranjeros: “Estop in cafitirian. Onliten minis”. Bien prevenidas, varias muchachas bajan del vehículo con su rollo de papel higiénico en la mano; ya han aprendido que ese es uno de los bienes más escasos en este país. En China, en Europa o en Miami, más de un espabilado tiene preparados sus barcos cargados de papel sanitario para “cuando esto cambie”. El negocio está asegurado
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La iglesia de la Virgen de La Soledad, en Camagüey
 
El camino hasta Camaguey es corto y monótono. El paisaje tan romo que casi no existe el horizonte. La llanura tan plana que casi se hace convexa. Las grandes plantaciones de caña de azúcar, los extensos maizales y los platanales se van alternando con inmensos pastizales en los que vagan libremente miles de reses: vacas, bueyes, cebús… Nadie parece ocuparse de ellas. Tampoco nadie sabe a dónde va a parar su producción, pues su carne no se encuentra por ningún lado y a la población solo se le da leche hasta que cumple los siete años. Aquí y allá grandes extensiones de terreno están cubiertas de marabú, un arbusto espinoso que coloniza de modo tremendamente agresivo miles y miles de hectáreas formando bosques impenetrables, y cuya eliminación viene siendo uno de los ejes de los discursos de Fidel y Raúl desde hace unos años. Pero el marabú está cada vez más fuerte, y los viejos dirigentes cada día más débiles..
Colorado, Gaspar, Florida, Algarrobo... Caseríos y pueblos que la guagua va dejando atrás en su alocada carrera, apenas detenida ocasionalmente por algún inconsciente bueyero que ocupa con sus animales más de la mitad de la vía, por los tractores que surgen inesperadamente de entre el cañaveral, o por los coches averiados en mitad de la carretera, pues en Cuba nadie aparta su vehículo de la carretera cuando se estropea o se accidenta. Ahí te rompes, ahí te quedas. Da igual si es en medio de una curva, arriba de un puente o en mitad de la calle principal. ¿Triángulos de señalización, chalecos reflectantes, señales de aviso? “Pero mi hermano, ¿de qué tú me estás hablando? Esto es Cuba, asere, no me vengas con jodederas. No tenemos pa comer, y vamos a tener pa esas mierdas.” Y así se vive aquí. El cubano se preocupa poco de la muerte. Mejor comer, beber, singar. Todo lo que se pueda y siempre que se pueda..
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Disfrutando de la playa bajo la sombra de los grandes ejemplares de uvas caletas

Dentro de la guagua, los yumas (extranjeros) dormitan, o leen sus voluminosas guías de Cuba y sus novelas de Flaubert, Truman Capote o Tolkien. Un hispano con ansias de ilustración subraya las páginas de una “Historia de la Masonería en Cuba”. Ingleses, alemanes, canadienses, españoles y hasta japoneses viajamos juntos hacia la ciudad de los tinajones. Cada uno con su historia, cada cual con su particular visión de Cuba. A mi izquierda va sentada una silenciosa pareja. Él es extranjero y lleva al cuello unos gruesos collares de santería; ella cubana y adorna sus tobillos con varias pulseras de oro. ¿Mestizaje cultural, amor, sexo? Quién sabe. Aquí todo se compra y todo se vende. Lo material, lo espiritual y hasta lo metafísico.
Llegamos a Camagüey. La ciudad me sorprende por su belleza. Su arquitectura colonial sobrevive en sus iglesias, plazas, calles y callejones, y en sus casonas enrejadas, con grandes portones pintados de vivos colores, bellos patios interiores y enormes techos de teja criolla. Sus calles, completamente llanas, están llenas de gente montada en bicicleta, el medio de transporte más común aquí, y que los camagüeyanos no abandonan ni para bailar. Almuerzo en el Mesón Don Cayetano, un antiguo local con sabor español de techo altísimo y grandes mesas de madera, donde se puede saborear un buen vino chileno al tiempo que se contemplan las viejas fotografías de Ortiz Echagüe colgadas de sus paredes. Allí mismo contrato a José, un gigante negro, licenciado en inglés, para que me lleve en su triciclo multicolor por los lugares más destacados del centro histórico, siguiendo un recorrido habitual que para los turistas realizan estos bicitaxis oficiales, fabricados en la India y llamativamente decorados por artistas locales, que son conducidos por trabajadores dependientes de la Oficina del Historiador a los que se les han dado una nociones básicas de inglés y de la historia de la ciudad. Por fortuna José se ha documentado ampliamente por su cuenta, y de modo entretenido y riguroso me explica lo más notable de las plazas del Gallo, de los Trabajadores, del Carmen, de San Juan de Dios y del Parque Central. De un lugar a otro, sus monumentales piernas manejan la bicicletona como un juguete, a pesar del laberíntico trazado de las calles y del intenso calor que le hace correr a chorros el sudor por todo el cuerpo.
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Transporte en coche de caballos en Santiago de Cuba

Al día siguiente viajo a Nuevitas y Santa Lucía. Nuevitas es un típico pueblo costero sin demasiado interés. En sus cercanías se encuentran las ruinas calcinadas del Ingenio Santa Isabel, propiedad de la renombrada familia Agramonte, y que fue quemado por los españoles durante las guerras de la Independencia. Aún pueden verse los restos de su torre de ladrillos rojos, de sus calderas, de sus gigantescos engranajes forjados en Nueva York, y del canalón por donde corría el guarapo. De allí voy hasta Santa Lucía, el principal centro turístico de la provincia, con sus 20 kilómetros de playas arenosas y aguas transparentes, protegidas por la segunda barrera coralina más extensa del planeta, que se prolonga a lo largo de unos 400 kilómetros hasta llegar a Varadero. La playa está llena de sargazos, pero eso parece importarles poco a los cubanos que se pasan aquí su día de mar, y mucho menos a los turistas que descansan bajo las sombrillas exclusivas para los clientes de los hoteles de lujo, mientras toman piña colada en las copas que los camareros les llevan hasta su tumbona.
De vuelta a Camagüey, yo prefiero tomar limonada y mojitos en El Cambio, un histórico bar donde uno puede descansar plácidamente, y antes de irse escribir lo que quiera en sus paredes llenas de graffitis. No puedo sustraerme a dejar impreso mi deseo. “Songoro cosongo de mamey, mi negrita linda baila bien. Songoro cosongo he de volver, a bailar con ella en Camagüey.”
Esta noche espero dormir profundamente. Pero, por si acaso, la casa que he alquilado está bien lejos… ¡de la Plaza del Gallo!

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Viaje a la isla de Cuba